Al poco de despertar caes inevitablemente en el recuerdo, ¿era ella? Esa duda sin respuesta, por lo menos hasta ahora, te persiguió desde que la viste aunque preferiste dejarla pasar. Ahora por fin, sin el onírico velo que tapaba tus ojos viste clara la respuesta. No. Definitivamente no era ella, pues nunca antes la hubieras podido imaginar, no era ella, ni debía serlo. No era ella, ni necesitaba serlo. No era ella, pues Ella era mucho mejor ella de lo que nunca pudiste soñar.
Con una duda resuelta olvidaste las mil que quedaban por responder. Creíste que ya estaba todo, que por fin lo habías conseguido. Cierto era que tras años de camino habías dado un paso, sí, uno. Uno nada más. Pero como un niño con zapatos nuevos creíste que tu vida estaba por cambiar. Por suerte -o por desgracia- esta vez, no tuviste que despertar, estabas ya despierto, simplemente tuviste que sangrar. No sangre roja, por supuesto, de la incolora que duele más.